Lunes por la mañana: preparación del guión para leer durante la presentación, presentación misma (un éxito, según mis compañeros), almuerzo en un “fish & chips” llamado “Chip-O-Dee”, donde nos hicimos colegas de la rumana y el turco que nos atendieron, y nueva clase a las 5 de la tarde antes de darme cuenta de que no tenía ganas de leer la historia que tenía que leerme para el martes. En su lugar, me dediqué a escribir la entrada de la semana anterior, porque no puedo fallarle a mi público. La sorpresa del día fue descubrir que los mini pastelitos de verdura orgánicos que me ha dado por comprar son de la granja de Paul y Linda McCartney. Sí, esa misma cara se me quedó a mí cuando vi su foto por detrás y el nombre de Linda por delante.
El martes fuimos a la clase sobre literatura gótica para ver cómo David Hasselhoff hacía de Jekyll y Hyde al mismo tiempo en una ópera, en la clase de español tuvimos, curiosamente, la mejor sesión en lo que llevamos de curso. Y digo curiosamente porque trataba sobre la lectura. Por si por algún casual estáis pensando “es que en Inglaterra son más de libros que en España” o algo por el estilo, dejadme deciros que 5 de las 6 chicas de mi grupo confesaron no sentirse entusiasmadas con la lectura. Como en casa me sentí. Tras la clase de español, a esperar a los dos ingleses con los que iba a preparar una presentación sobre el acento cockney (o de Londres). La única anécdota que hay en esta historia es la encuesta que dos chicos pretendían hacerme: “¿cuáles son tus objeciones con respecto a la fe cristiana?”. ¡Qué ojo tuvieron a la hora de elegir encuestado! “Si estás ahí arriba, por favor, sálvame, Superman”, pensé. En ese momento, apareció una de los dos ingleses que estaba esperando y pude alegar que tenía prisa. ¡Madre mía…!
Tras una mañana tan interesante, espagueti y siesta para hacer casi nada por la tarde, salvo algunas tareas atrasadas, vaciar con la ayuda de un buen café una caja de dulces comprada allá por la semana del 23 de octubre, y ver morir mi bombilla. Telecasero al rescate en 10 minutos con una bombilla de bajo consumo.
El miércoles estaba destinado a seguir preparando dichas presentación y a empezar “Drácula”, pero entre la hora a la que me levanté y otras razones derivadas del principio de la pereza, sólo leí “Drácula”… y una hora antes de acostarme.
El jueves, algo más de “Drácula” por la mañana antes de ir a clase, clase sobre el inglés de Irlanda, una nutritiva hamburguesa y a clase otra vez para hablar de “Doctor Fausto”. Siesta de 5 a 6, café de rigor y a dedicar una tarde entera a Drácula. Esta vez no fue una, sino 2 horas las que estuve leyendo.
Viernes para disfrutar. Mini-compras por la mañana, mini-clase de enorme aburrimiento, nuevo libro para leer (“El rey Lear”) (¡No más, por favor!) y a casa a comer burritos, pero con carne de pollo. Por la tarde, mini-arrebato consumista en “Primark”: tres pares de zapatos por 36 libras (primero Iceland y ahora esto…). Una siesta para bajar el subidón y noche en CH1, el bar de la Students’ Union, con buena música, buena compañía y buen ambiente (básicamente, porque estaba medio vacío y se podía bailar).
El sábado por la mañana fuimos a Manchester. Llegamos 10 minutos antes de que llegara el tren... según los horarios, porque el tren salió 5 minutos antes de nuestra llegada. Una hora más tarde, subimos y llegamos al destino sobre el mediodía. Nos tiramos la mañana recorriendo el mercado de Navidad entre puesto de todos los países (sí, había uno de España, con paelleras y todo), comimos en Subway para variar tras pasar con cierto masoquismo por la calle dedicada a la cocina francesa (pollo con mostaza, crepes, galletes, chocolate con leche…), tomamos un café en “Druckers” (señoras tazas las de tamaño normal) y cogimos el tren de vuelta para prepararnos para una fiesta Erasmus, pero esta vez con comida (cena gratis). Preparamos un poco de pa amb tomàquet y nos fuimos a no sé dónde en taxi (en el conductor confiábamos). Morado me puse. Parece ser que la palabra “comida” fue clave para congregar a tantísima gente (¡madre mía!).
El domingo, a dormir la mona y a comer como si no hubiera mañana (y como si no hubiera habido noche de comilona tampoco) para explicar por qué me quedé dormido en la siesta. Algo de limpieza del hogar, algo de no hacer nada (para luego arrepentirme a la mañana siguiente, seguro) y a dormir. Un domingo de lo más estresante, sin duda.
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